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hibiscus

La mujer de la limpieza

Desde hace años, puede que doce, coincido de tarde en tarde o de mañana en mañana, con una mujer de la limpieza. La primera vez creo recordar que nos vimos, porque ella también me vio, en el barrio del Raval. Su cuerpo de hombre le delataba sobremanera, a pesar de lucir una encrespada peluca rubio cenizo, exuberantes pendientes y un muy retocado maquillaje. Le vi pasar y él-ella siguió de largo, no sin antes dedicarme una insinuante caída de ojos. Verla, durante una época, fue muy común, y durante ese tiempo pude apreciar cómo sufría transformaciones que le hacían, cada vez más, señora de la limpieza. Imagino que su afán de aceptación laboral le llevó a mejorar su aspecto, lo cual es evidente que ofrece más confianza al contratar a una chica que te haga las labores del hogar o de la escalera. Su atuendo era magnífico, pues en verano llevaba camisetas de tirantes, y cuando comenzaba a enfriar, lucía jerseys de lujosos y antiguos estampados. Con el paso del tiempo realzó sus pechos con unas notables cazoletas que sobresalían ligeramente por los escotes, pero su aspecto era cada vez más el de toda una señora de la limpieza.
Resulta que esta mañana, luego de una época sin coincidir, al ir a atravesar la calle en la esquina de mi casa (en la zona de Vía Augusta, y ya verán por qué lo especifico), en la otra acera, frente a mí, destellando con los reflejos de un incipiente sol, descubrí el acaracolado pelo de este hombre mujer en cuyo cuerpo ya no caben más notas de transformación. Su andar firme pero arriesgado me robó la mirada cuando atravesaba la calle. Me miró con su usual y recolocada sonrisa, me dedicó otra caída de ojos y continuó su camino hacia alguna portería vecina, con su carro repleto de olorosos potingues para el hogar, de fregonas y bayetas mágicas. Le vi marchar entre la gente, convencida de haber logrado su propósito en la vida, ser una señora de la limpieza de la zona alta de la ciudad. No importa los años que fueron necesarios para lograrlo, ni los esfuerzos, ni los miedos, ni las frustraciones. Quizás sus miedos eran que le sintieran como un hombre metido en casa ajena revolviendo las alacenas y los desvanes, o que pensaran que no era capaz del mejor de los acabados de un buen y humeante guiso de patatas y huevos. En fin, cada cual tiene sus miedos.
Le vi. Sonreí. Es maravilloso apreciar que las gentes se sienten plenas, realizadas. Ya sean ebanistas, loteros, albañiles, ingenieros, médicos u hombres de la nada, quizás lo importante es romper la caja de los miedos, mirarse cara a cara con sus propósitos e ilusiones, dedicarse el mejor de los piropos y decirse: tú puedes, lo sé. Vamos a mirarnos, a vernos, a sentirnos, a descubrirnos, porque nadie vendrá a hacerlo por nosotros. Y lo digo también por mí, que me deshago de temores ante la posibilidad de descubrir mis palabras a ojos ajenos. Y lo digo por ti que no te fías de tus manos y de la certeza de tus ideas, y que te dejas romper como las olas en la arena. Y lo digo por aquellos que se sientan a esperar que llegue una nueva bandada de pájaros a regalarle su vuelo, o a que las luciérnagas iluminen su camino por tal de no ir en busca de una linterna. Y lo digo por todos los que a veces no nos damos cuenta que hay un amigo tendiéndonos su mano, y diciéndonos vente, súbete a la vida, entre los dos haremos más fácil el camino.
Por cierto, estoy pensando que la próxima vez que me encuentre a la señora de la limpieza puede que me acerque a ella-él y le pregunte su nombre, y le hable de todos estos años, y no porque le vaya a ofrecer trabajo, pues no me gusta que nadie revuelva en el suburbio de mis cosas, si no simplemente para decirle que si ese era su objetivo, lo ha logrado. Nada más. Luego seré yo quien siga mi camino, nuestro camino, a la espera de que nosotros también lo consigamos.
En Barcelona el sol se ha decidido a salir en este 7 de enero de 2004

2 comentarios

Hibiscus -

Estoy de acuerdo Hechi, claro que sí. Mas el azar a veces es el que nosotros dejamos llegar. No intento para nada hacer apología sobre las malas circunstancias a que te puede llevar la vida, simplemente a que en lo que te ha tocado o has decidido llegues a ser como tú quieres. Recuperaré el espacio si me comprendes. Gracias.

Hechi -

¿Puede alguien proponerse como meta ser preso, o maltratado/a, o limpiador de riquezas?
Nuestras metas van en proporción a dónde, cuándo nos ha tocado vivir, y ello mezclado con el azar y las circunstancias.