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hibiscus

Para una ángel desesperada de amor y muerte

Nunca he llegado a saber el momento en que florecen los abedules. Quise preguntártelo aquella última tarde noche en que nos enfrascamos en tan desmesurada discusión -y algo machista también- sobre el filme Retrato de Teresa. Recuerdo que al salir de tu habitación de hospital volteé la cabeza y te miré. Te vi con cara de enfado amoroso, de diosa de incalculable muerte. Tu rostro era dominado por el azul de tus ojos, te miré y lo supe, nunca me contestarías a esa pregunta. Te vi por última vez y mis últimas palabras fueron "no tienes la razón". A pesar de tu inminente muerte supe quererte, supe dejar a un lado el dolor de tu mirada, tu vientre convulso y tus manos entubadas. Ignoré la necesidad de tu cuerpo de dejar de sufrir y te dije "no", y te dije te quiero. Y dejé un beso en tu mejilla derecha, y una caricia sobre tu pelo, y una lágrima en mi pecho. Y me fui aquella tarde sin pensar en tu adiós, en lo que cambiaría el mundo a partir de esa noche, de lo que cambiaría mi vida al dejar de estar tú en ella. Te dejé allí, quizás pensando en mí o en aquel hombre que te rompió el corazón al echarse al mar en busca de su libertad. Te dejé allí mientras te crecían las alas bajo las sábanas...

Nunca he llegado a saber el momento en que florecen los abedules. Simplemente te dejé descansar en el trozo de tierra donde habíamos plantado, desde hacía varios años, aquel naranjo que compramos en el vivero del Vedado. Busqué entre mis cosas tu bufanda para los cortos inviernos, tu fotografía -sobreexpuesta- en el yate en que recorrimos la costa de nuestra isla. Busqué mis recuerdos y tu imagen acunada en el pequeño sillón de tu sala de estar, y el sol calentando nuestras manos, y tu sonrisa flotando entre nosotros, pero no pude traer tu voz. No la he podido sentir hasta el día de hoy, en que a pesar de seguir ignorando el momento en que florecen los abedules, sé que el naranjo bajo el que descansas me da jugosos frutos de felicidad, frutos que muerdo en otro cuerpo que amo, en otro cuerpo que vive a mi lado en un orgásmico recorrer del tiempo.

Me tiembla la voz escrita de mis palabras. Se me escapan lágrimas sin nombres, sin deseos. Te acercas. Acomodas tu ya frágil cuerpo en la silla del otro lado de la mesa. Sonríes. Me señalas el camino y me dices anda, ahora sabes lo que es el amor... Y es cierto, ahora lo sé. Ahora sé que el amor habita al otro lado de la calle. (Para Virginia)

1 comentario

Bambi -

Es hermoso, muy hermoso. Pero muy duro; aunque no más que el ver cómo ni tan siquiera puedes desear que una lágrima vuelva a deslizarse por un rostro que el tiempo te ha robado.