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hibiscus

La caja contenedora

La mayoría de las veces no hay más razones que las establecidas por nosotros mismos, o aceptadas, que al caso da igual. Inmersos en esta vorágine descompensada que es la vida, nos mantenemos en un semiconstante desasosiego repleto de banales expectativas, de infructíferos desmanes, de elocuentes charlas desvanecedoras, de algunos buenos ratos y de la poca o suficiente felicidad que seamos capaces de conquistar, porque la felicidad nunca será bastante. Esta caja contenedora que nos proporciona las normas con las que debemos existir se ha olvidado de algunos detalles. Uno de ellos es evitar el sobresalto que nos reserva para las ocasiones cruciales. Este sobresalto, invasión en alma y cuerpo, no tiene acotaciones ni marginalidades. Ataca a quien tiene y a quien carece, y mucho más a los que pretenden un poco de dignidad. Es tan bonito decir que el amor que disfrutas no es comparable a nada en el mundo, que no hacen falta riquezas porque estas no son sinónimos de felicidad, y es cierto, sólo que no hay que olvidar otra frase de contrapartida extrema que reza que los ricos también lloran, y ya puestos podíamos llorar todos de igual manera.

Y ahora me pregunto por qué le doy vueltas a este tema que de tan especulado se transforma en cotidiano. Simplemente porque pretendo algo más. Quiero hacer un alto en la caja contenedora de nuestra vida, en la que cada cual se beneficia de su trabajo y de sus poderes, me explico. Si vendes hojas DINA 4 tus palabras serán más económicas, sólo que dicha economía no será suficiente para pagar la elevada renta de tu caja contenedora. Por el contrario, el que se gana la vida con dicha caja, salva unos márgenes que le permiten hasta tirar de dos en dos y a medio usar tus hojas DINA 4, y esto para mí es tan injusto como morirse de hambre en el tercer mundo o en el primero, tan desbalanceado como la incongruente leche enriquecida, y tan humillante como el precio de algunos goles.

Cuando me miro por dentro, sentado en mi comodidad absoluta de tardes inacabadas, sé que no practico la explotación del hombre por el hombre, porque esto es algo que nunca aprendí a hacer. No vendo hojas de papel, ni tan siquiera de papel reciclado, ni meto goles, ni fabrico leche ni cajas contenedoras para alquilar o vender, pero la realidad y la misma vida me hace tener necesidades vitales, y entre ellas está la de tener una caja contenedora donde vivir, y no solo eso, necesitarla para el beso extraviado y el sexo más puro, para la felicidad y para las ganas de sonreír en privado, para volverme loco de pasión y que nadie se sienta ofendido por estas, mis posibilidades.

La caja contenedora a veces es un lujo exagerado de algunos, mas para otros es una simple imposición de la naturaleza y de las mentes ajenas, y es entonces cuando comienza la insensatez de las paredes, que se estrechan hasta hacerte presentir la asfixia de tus ojos y de tu voz. Y no hay quien se ocupe de ello. Ni a quien le corresponde ni a quien lo sufre. A uno porque tiene asegurada la soberbia en su espacio, y al otro porque le está prohibido vivir la desnudez de la mirada y deshacerse del milenario dolor en el costado, y de la angustia.

Es una lástima que no exista la posibilidad de echar todo por la borda, de dejar el lastre a los que se erigen sobre él. Es una verdadera pena no poder levantar el vuelo y vivir en los tejados más altos, casi teniendo por vecino al sol. Porque si le facilitamos nuestro lastre a aquel que cultiva y vive de las miserias ajenas, entonces la humanidad –nosotros mismos- nos comenzará a ver desde poco aparentes e inapropiados hasta antisociales desplazados e inevitables, lo cual nos obliga a defender desesperadamente nuestra caja contenedora.

Una vez tuve un sueño de igualdades y amor, de sinceridad y afán, y de solidario deseo de convivir, pero a estas alturas de la vida, contenido aún por las pocas paredes de mi caja, veo que ese sueño se ha convertido en una decadente razón para insistir en que la vida es esto que estamos viviendo.

Barcelona, 30 de septiembre de 2004

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