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hibiscus

Los muros caen, simplemente

Cuando José Angel me despertó, hace ya algunos años, con una llamada telefónica para decirme que el muro de Berlín había caído, ese día doce de noviembre de mil novecientos ochenta y nueve sentí un júbilo de libertades, de enorme ensoñación, de caricia andante, de mirada a lo lejos.
Hice correr la noticia entre mis amigos, e incluso hice la excepción de cruzar la calle que me separaba del mercado para ir a buscar el pan, y de paso aprovechar para dejar caer tan sutil comentario. "Todos los muros caen ante la fuerza del hombre", dije. La panadera me miró, y un poco confusa me contestó: ¡Hay Guillermito, amaneciste un poco revuelto hoy!, y se echó a reír. Nos reímos juntos, y al darme la vuelta con una fría y gomosa barra de pan en mi mano, mis ojos encontraron a mi indiscreta amiga Xiomara, con su más de metro ochenta de estatura temeraria, su recortado tupé canoso y su poderosa voz: ¿Ya sabes la noticia?, casi gritó, ¡El muro de berlín se fue al carajo! Todos la miraron, a ella y a mí. ¡Candela Xioma!, le contesté a voces, ven a casa que te invito a un café.
Nos refugiamos en mi estudio, en una conspiración clandestina insospechada en mí, y ella quiso brindar por la libertad de los hombres... ¿Con café?, le pregunté. ¡Con lo que sea!, fue su respuesta.
Un muro que había separado gentes había caído después de tantos años y temores, de tantos miedos y dependencias, de tantos gritos y gemidos.
El hombre siempre puede acabar con lo que lo limita, con lo que lo inconforma, con lo que lo abruma. Sólo es necesario tomar una pica en mano, golpear fuerte, derribar, abolir. Desterrar separaciones, manos imposibles de tocar, imágenes perdidas y distantes. Sólo es necesario decir basta, oprimir un botón y borrar la triste seducción del silencio, el oscuro deseo de transitar por calles abarrotadas de gentes y cuerpos sin ojos ni voz.
Puede ser simple hacer desaparecer la primavera que nos dice ven y que luego ni tan siquiera nos ofrece una flor, o su fruto. Mirar atrás, a lo que estamos viviendo y que tenemos al alcance de la mano, al alcance de la respiración, de los sueños. Mirar los trozos del muro propio, que esparcidos a nuestro alrededor, han dejado de contener el ansia, la pasión, la mirada. Oprimir el botón que generará la voraz independencia del deseo sin rostro, de la palabra callada. Partir entre lágrimas el destello falso de una pupila pixelática, de un cuerpo erguido para hacernos caer.
Romper como mi amiga Xiomara el grito en plena mañana de noviembre. Romperlo en la noche, en el mediodía, en la abrupta madrugada de silencio. Sin miedos. No hay soledad en la mirada de nuestros ojos. No hay que encerrase en la pesadumbre de las horas, de las manos hartas de hacer. Detrás del muro derribado está la felicidad, lo sabemos. Están los hombres tomados de la mano. Está el querer desesperadamente sereno, sin evasiones. Está la resurrección del simple desvelo del amor, y el camino. Tomar las picas, alzarlas... golpear.

3 comentarios

Anónimo -

yo diría que siempre nos entendemmos por confusión aunque a veces las confusiones sean parecidas. Esta es la gran magia y el gran peligro de las palabras que senzillamente son imágenes mentales de realidades diversas, y por ser diversas pertenecen a nuestros propios mundos que se entrelazan con la palabra. Conclusión: nos entendemos por confusión y si no fuera así seguramente muchos muros, tanto físicos como psiquicos no existirían.

Hibiscus -

La referencia de los muros que no se ven la siento, y de eso en realidad va mi reconsideración, que se aleja de lo político para ir directamente a lo humano y sustancial de los muros que necesitamos quitar de en medio para ser más plenos y conformes. De eso se trata. Creo que estamos de acuerdo, no siempre es necesario entenderse por confusión.

sqns -

recurdo cuando el muro de Berlín desapareció de la vista de los que no quieren ver. No recuerdo aaquel día como una fiesta sinceramente porque ningún muro se cayó sinó una simple representación de él. Porque sin dudas los grandes muros son los que no vemos, son las cárceles de cristal vestidas de libertad y democracia en la que estamos metidos. Porque los maquineos discursos de libertad se desvanecen cuando el foso de gibraltar se tiñe de sangre cada día, cuando las verjas de ciudad Juárez rompen los sueños de los que buscan la felicidad, o el muro de Gaza convierte los exterminados en exterminadores. No hay peor muro que el que no se ve.