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hibiscus

Reflexiones

Llegué de espaldas a la mañana. No habían ruidos ajenos que despertaran la desolación. Los hombres se repartían los despojos futuros como un gran botín de guerra. Yo no estaba apto para decir no, cada cosa tiene su fin, yo no podía detener sus fuertes brazos a base de sinuosos y orgásmicos gemidos. Me eché en el suelo, justo donde clavaron el primer pico de oxidado metal. Ella vino a mi lado, hacía como si no viese mientras miraba pasar su vida, una y otra vez...

“No sé por qué se ha hecho desde hace tantos días/ este extraño silencio:/ silencio sin perfiles, sin aristas,/ que me penetra como un agua sorda./ Como marea en vilo por la luna,/ el silencio me cubre lentamente.”

Yo había desflorado todas mis ilusiones en aquella casa de altos muros y paredes anchas, de frescos jardines de arreglados setos, de empedrados caminos que llevaban al mar de los mangos...

“Y es que el hombre, aunque no lo sepa,/ unido está a su casa poco menos/ que el molusco a su concha./ No se quiebra esta unión sin que algo muera/ en la casa, en el hombre... O en los dos.”

“No me han faltado, claro está, días en blanco./ Sí, días sin palabras que decir/ en que hasta el leve roce de una hoja/ pudo sonar mil veces aumentado/ con una resonancia de tambores./ Pero el silencio era distinto entonces: era un silencio con sabor humano.”

Se me caían lágrimas resecas de polvo de las cuencas donde un día estuvieron mis ojos, los ojos con que miré el entrar y salir, el abrir de puertas y ventanas, el cabalgar a lomos de mi perro primero...

“ Cuando me hicieron, yo veía el mar./ Lo veía naturalmente,/ cerca de mí, como un amigo;/ y nos saludábamos todas/ las mañanas de Dios al salir juntos/ de la noche, que entonces/ era la única que conseguía/ poner entre él y yo su cuerpo alígero,/ palpitante de lunas y rocíos.”

“... Es necesario que alguien venga/ a ordenar, a gritar, a cualquier cosa.”

Y yo seguía sentado, más bien deshecho, a los pies de las altas columnas... “Que pase una la vida/ guareciendo los sueños de los hombres,/ prestándoles calor, aliento, abrigo;/ que sea una la piedra de fundar/ posteridad, familia,/ y de verla crecer y levantarla,/ y ser al mismo tiempo/ cimiento, pedestal, arca de alianza.../ Y luego no ser más/ que un cascarón vacío que se deja,/ una ropa sin cuerpo, que se cae...”

“... y la mujer que vino luego/ poniendo precio a mi cancela;/ a ella le hubiera preguntado/ cuánto valían sus riñones y su lengua.”

“No he de caerme, no, que yo soy fuerte./ En vano me embistieron los ciclones/ y me ha roído el tiempo hueso y carne,/ y la humedad me ha abierto úlceras verdes. Con un poco de cal yo me compongo:/ con un poco de cal y de ternura...”

“Lo que yo he sido está en el aire,/... La Casa soy la Casa./ Más que piedra y vallado,/ más que sombra y que tierra,/ más que techo y que muro,/ porque soy todo eso, y soy con alma.” “Decir tanto no pueden ni los hombres/ flojos de cuerpo...”
“¿Qué quieren esos hombres con sus torsos desnudos/ y sus picas en alto?/ El más joven viene hacia mí.../ Alcanzo a ver sus ojos azules e inocentes...”

“¿Qué buitres picotean mi cabeza?/ ¿De qué fiera el colmillo que me calvan?/ ¿Qué pez luna se hunde en mi costado?” “Ahora han sido todos arrasados/ de sus huecos, los huecos donde algunos/ habían echado ya raíces.../ Y digo esto por lo que dolieron/ los últimos tirones...”

Despierto mi timidez de infante olvidado por el resto de los jugadores del parque. Me suicido en un murmullo tenue, apagado... Me convierto en alguien que pisotea los céspedes ajenos, me hundo también en sus costados... mientras, aúno fuerzas para arrastrar los muebles, dejando atrás las cicatrices...

“He dormido y despierto... O no despierto.../ la angustia sin orillas y la muerte a pedazos./ He dormido y despiértome al revés...”

Camino de espaldas a todas las cosas, me alejo. Oigo pronunciar mi nombre en cientos de voces conocidas. Me marcho. No queda nada por hacer desde aquí abajo... “Y es hora de morir.”

Reflexiones sobre un poema publicado en 1958, recién cuando mis ojos se abrieron al mundo de lo ajeno. Dulce María Loynaz, Últimos días de una casa.

No es mi culpa
De que al igual que a la vieja Luna
Se me quede siempre
Una mitad a la sombra
Que nadie podrá ver desde la Tierra.
(D.M.L.)

1 comentario

sqns -

no m'extraña que pocos comentarios hayan por aquí con estas palabras que te dejan mudo, pensativo, admirado. Que envidia saber escribir y poder explicar lo que sientes con simples letras colocadas con inteligencia. Siempre nos queda el placer de leer lo que los que saben escriben.