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hibiscus

Breve y feliz noticia

Por si algún amigo (de los que me conocen y los que no, quiero decir) entra a ver qué se cuece en plenas fiestas navideñas en mis palabras y en mi vida, tengo una novedad que me ha entusisamado lo suficiente como para sonreír, incluso en estos días que mis ojos no me miran. Me han hablado desde Miami (ya sé que no es la plaza ideal, pero algo es algo) para anunciarme el montaje de un texto mío, para teatro y danza, el cual piensan estrenar en junio de 2004. Lo bailará un buen amigo y dirá el texto una actriz amiga suya. Casualmente, luego de pasarle ese texto a dicho amigo hice anotaciones coreográficas, de iluminación y puesta en escena, y miren la casualidad que se da ahora. Por lo pronto es una idea que me hace feliz, y sobre todo porque también tiene que ver con alguien que me hace el tipo más feliz del mundo, para quien hinqué mis viejos zapatos negros en el reverso de su pecho. Y ya puestos, aquí va el texto de marras...

Hombre que baila dentro de un cuerpo

Hay un cuerpo extendido sobre el suelo. Maderas húmedas soportan su pelo. Se escuchan suspiros que crujen con el eco de las voces que llegan desde lejos... desde muy lejos... de las voces paridas del desvelo. Un hombre baila en silencio. Sus brazos se adelantan al deseo. Su pelo desespera en su rostro. Tras tras tras.... silencio. Un cuerpo yace en el suelo.

El hombre que baila se acerca... lo toca con la punta de sus dedos... un par de notas de acordes desconocidos le inundan, siente miedo. Un coro de mujeres enmudecidas cantan al amanecer en plena noche. Silencio. La oscuridad hace que se acerquen los cuerpos. El hombre baila nuevamente colgado de viejas cuerdas ennegrecidas... se mece en un imaginable trozo de deseo. El cuerpo que yace en el suelo está como olvidado. Tras tras tras... silencio.

Dos pasos son suficientes para tocar el cuerpo. Con tres se metería dentro. El hombre que baila entra en el cuerpo, se funde con sus altos zapatos de espuma de mar en su vientre. Teclean guitarras de dolores ajenos, se rasgan los pianos en sinfonías y taconeos. Se adivina un dolor en el pecho.

El hombre recorre aquel cuerpo... le baila tan dentro, muy abierto... Tras tras tras... silencio. Hay huellas que descubrir en el suelo. En el camino que viene de lo eterno. El hombre muere de tanto bailarle dentro, de tanto hincar con sus puntas de antiguos zapatos negros. Un hombre baila en el cielo... Tras tras tras... silencio.

Ya no quiere oír los gemidos que llegan desde lejos... Su rostro cae entre las manos yertas de otro hombre ajeno... silencio. No hay lágrimas para beber los besos... no hay bocas para macerar el tiempo... Tras tras tras... silencio.

El hombre ya no baila dentro del cuerpo. Ahora lo lleva en hombros, lo hace jirones, dolores, cuerpo... le baila tan callado y le canta, le entrega las ataduras de lo viejo, le saca puntadas a su ropa, le hace palidecer, lo acuna, lo pare, lo mata, lo vive... Tras tras tras... silencio.

Hay un hombre que yace en el suelo. Sobre su pecho, salpicaduras de deseo, y huellas, muchas huellas.... las huellas de sus besos. El hombre yace en el suelo. El hombre báilale dentro. Tras tras tras... silencio. El hombre que baila se aleja... y deja al otro hombre muerto. Tras tras tras... silencio.

(final)

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