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hibiscus

Vino turbio

Cuando abrí las puertas del patio vi que el silencio se había roto. Un hombre buscaba en su vida desaforadamente la forma de las cosas. Con su lengua cazaba mosquitos que engullía para los días de invierno, mientras su cuerpo al sol se perdía de azules. Junto a ese hombre, un saco deshecho habitaba el espacio, y yo, que pasaba justo por allí, preferí sentarme a su lado. Me ofreció el saco como alfombra, y dejó caer a sus pies un poco de recelo. Contó sus historias y parte de las mías, y con un hábil juego de manos, me impidió entrar en su piel. Miré a sus ojos de la más alternativa manera en que se suelen descubrir los deseos, o la risa, y no supe si aquel hombre era feliz al sentir diluviar sobre nuestros rostros. Yo hubiese reído de contrastes absolutos, y de certezas boquiabiertas, mas sólo me dejé llevar por mis pasos a cualquier rincón donde tendernos a los rayos de la luna. Mientras el reloj apuraba el tiempo, yo descubría su sonrisa despojada de accidentes y sentía cómo sus palabras me dejaban un paso más holgado por aquel patio de vecinos que llegaba a ser su pecho... Se abrían pasillos como brazos a mi lado, sus ramales brazos en los que tuve necesidad de descansar y de los que aún añoro el último te quiero.
Recorrí el saco que me servía de alfombra con una mirada olvidada, vi algunos cacharros en su interior que podrían ser útiles a cualquiera. Entre ellos una manita articulada, de aquellas que se usan para decir adiós, pero que con dos o tres ajustes de sus oxidados tornillos también serviría para dar la bienvenida. Encontré, además, un objeto raro, desconocido, de aquellos que a veces calificamos como inservibles. No indagué mucho sobre él, aunque presentí que para algo podría ser utilizado a lo largo del camino.
Quise invitarle a subir al cielo, pero me dijo que estaba cómodo en su sitio; le comprendí y supe por qué. Hasta ahora no he logrado recordar en qué parte del camino tropecé con la puerta que daba al patio en que encontré a Dador, que ese era su nombre, con su raído saco y su nube repleta de lluvias, pero quiero intentar descubrirlo hoy, inmerso en soledades.
No me es suficiente con una noche –dije cuando me despojó de su abrazo- y sé que me escuchó a pesar de que sus ojos no me miraban. Luego, cansado, me recosté en las posibilidades y me dormí.
Pero hoy vuelvo a buscarle en los lugares casi perfectos en los que las ganas se alegran y los cuerpos se cansan, con la misma sorpresa de cuando le hallé, y con unas enormes ganas de romper sobre nuestros cuerpos el vino turbio de los deseos.

Se abre la madrugada, a duras penas, en la ciudad de Barcelona... yo me duermo largamente con visiones raras de ojos abiertos, y pienso en ti.

1 comentario

hibiscus -

un dulce beso
te quiero