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hibiscus

Propuesta

Reconozco que en la medida que ustedes entran a mi blog la curiosidad se me hace más grande. Me considero un tipo de ojos ávidos y palabras repletas de intención, pero no por esto quiero salirme del disfrute que provoca el anonimato, y más a la hora de escribir. Quizás sea esta la razón de que sin conocerles me gustaría sentarme un poco más cerca de ustedes, de que sin tomarles las manos quiero hacerles sentir que no muy lejos hay alguien que también lee vuestras palabras. ¿Cómo lograr este acercamiento? No lo he pensado mucho, pero puede que si completamos cada frase de las que intentaré escribir más abajo, lograremos al menos saber más, y ya esto es importante. Yo me tiro al agua, y comienzo... ¿Y tú?

. La noche en que sucedió lo más inesperado... aquella en que el azar y el sexo, me hizo conocer a la persona que más habita mi abrazo.
. Una imposibilidad... hacer algo que sé y que muchos esperan de mí.
. La ilusión más olvidada... viajar tres meses por la China rural, la que está detenida en los años sesenta.
. Un temor, de aquellos tan naturales como el despertar... sentir que el amor se deshace.
. Una palabra que el pronunciarla te de placer... regreso.
. Un destino importante... el camino.
. Una región corporal... aunque algunos no lo crean, el vientre.
. El lugar más apropiado para decir "no"... un callejón sin salidas.
. Lo más pendiente que tienes en tu vida... vivirla, y ahora lo estoy haciendo.
. Una cualidad ajena... la mirada limpia.
. Una cualidad propia... saber ver y reconocer.
. Algo que siempre te propones... no decir siempre la palabra oportuna.
. Un elogio... te deseo.
. Un sentimiento innecesario... la angustia.
. Un sentimiento para compartir... el desgarro de la pasión.
. Una palabra que nunca habías escrito... longina.
. Tu próximo despertar... a su lado, simplemente.
. La frase que repites inconscientemente... "de aquella manera".
. Algo a confesar... he dudado en si debía colgar este texto o no, pero total, peores cosas he hecho en mi vida.

A la espera de acercarme, al menos, un poco.

Carnaval de te quieros

Me cuesta el andar, paso tras paso,
inundado de un olor ajeno a madreselvas muertas,
recogido en un bar de miradas extraviadas y lenguas ávidas.
Llanto de carnaval sin máscaras,
de adioses dispersos, de manos lejanas
y gritos perdidos.
Llanto de tierna mirada y balbuceo ingenuo,
de sonrisas desconocidas, abrazos, voces y cuerpos
-colgados- de la última posibilidad.
Me cuesta el andar hasta donde me reclaman tus orgasmos,
pasos de lluvia temprana... y frío, de noche quieta,
de ahogos y alcohol, y ruidos.
Me corto los dedos para retener tu angustia y tus miedos,
para quedarme en el preciso instante en que me dices te quiero,
para quedarme en el preciso instante en que dejas caer tu mirada en mis ojos,
para oler tu voz refugiada en mi silencio.

Despertaré a tu lado...

Despertaré a tu lado...

... cada vez que la suave brisa acaricie mi espalda, cada vez que pronuncies sílaba tras sílaba mi nombre, cada vez que la mañana decida poner fin a la madrugada. Despertaré a tu lado...

De soles y nieve... y ganas

Hay fiesta inesperada y sol en esta tarde de nieve en la ciudad. Me descalzo lentamente y camino hacia la terraza. Hay ciertos destellos que deslumbran mis ganas. Dejo al filo de la incertidumbre mis zapatillas y mi ilusión, y desnudo me atrevo a dejar que los incipientes copos se deshagan sobre mi cuerpo. Me quedo inmóvil, y estoy dispuesto a dejarme sepultar por la noche que se me viene encima. Entre ruidos naturales y celestes, recorro con mi mirada toda la enormidad de tu abrazo, y decido que es un sitio inmejorable tu pecho. Cierro las puertas de un solo golpe y voy en tu busca.

Para una ángel desesperada de amor y muerte

Nunca he llegado a saber el momento en que florecen los abedules. Quise preguntártelo aquella última tarde noche en que nos enfrascamos en tan desmesurada discusión -y algo machista también- sobre el filme Retrato de Teresa. Recuerdo que al salir de tu habitación de hospital volteé la cabeza y te miré. Te vi con cara de enfado amoroso, de diosa de incalculable muerte. Tu rostro era dominado por el azul de tus ojos, te miré y lo supe, nunca me contestarías a esa pregunta. Te vi por última vez y mis últimas palabras fueron "no tienes la razón". A pesar de tu inminente muerte supe quererte, supe dejar a un lado el dolor de tu mirada, tu vientre convulso y tus manos entubadas. Ignoré la necesidad de tu cuerpo de dejar de sufrir y te dije "no", y te dije te quiero. Y dejé un beso en tu mejilla derecha, y una caricia sobre tu pelo, y una lágrima en mi pecho. Y me fui aquella tarde sin pensar en tu adiós, en lo que cambiaría el mundo a partir de esa noche, de lo que cambiaría mi vida al dejar de estar tú en ella. Te dejé allí, quizás pensando en mí o en aquel hombre que te rompió el corazón al echarse al mar en busca de su libertad. Te dejé allí mientras te crecían las alas bajo las sábanas...

Nunca he llegado a saber el momento en que florecen los abedules. Simplemente te dejé descansar en el trozo de tierra donde habíamos plantado, desde hacía varios años, aquel naranjo que compramos en el vivero del Vedado. Busqué entre mis cosas tu bufanda para los cortos inviernos, tu fotografía -sobreexpuesta- en el yate en que recorrimos la costa de nuestra isla. Busqué mis recuerdos y tu imagen acunada en el pequeño sillón de tu sala de estar, y el sol calentando nuestras manos, y tu sonrisa flotando entre nosotros, pero no pude traer tu voz. No la he podido sentir hasta el día de hoy, en que a pesar de seguir ignorando el momento en que florecen los abedules, sé que el naranjo bajo el que descansas me da jugosos frutos de felicidad, frutos que muerdo en otro cuerpo que amo, en otro cuerpo que vive a mi lado en un orgásmico recorrer del tiempo.

Me tiembla la voz escrita de mis palabras. Se me escapan lágrimas sin nombres, sin deseos. Te acercas. Acomodas tu ya frágil cuerpo en la silla del otro lado de la mesa. Sonríes. Me señalas el camino y me dices anda, ahora sabes lo que es el amor... Y es cierto, ahora lo sé. Ahora sé que el amor habita al otro lado de la calle. (Para Virginia)

Exilio de las palabras para decir te amo

Exilio de las palabras para decir te amo

Palabras innecesarias para amanecer a tu lado, para romper nuestros cuerpos en destellos de soles nacientes. Palabras rotas en gritos de felicidad, en laceración de deseos y goces. Te miro, y sé que amanecer está en tus manos.

Para nuestra felicidad

Voy a apagar la luz para pensar en ti... como la vida lo quiere y nada más, deja que dios, o que el destino quiera, entonces la vida también lo querrá... tú, tú no sospechas estas furias inmensas que me dominan cada vez que te acercas, y aunque no ha habido intención en ti, de provocar esto que siento, te vas a enterar de una vez, de que ya te quiero... dime qué es lo que te pasa, qué temor tu pecho abraza... contigo aprendí a ver la luz del otro lado de la luna, contigo aprendí que tu presencia no la cambio por ninguna... duele, mucho, duele... y acuérdate de abril, recuerda, la limpia calidez de sus mañanas, no sea que el invierno vuelva y el frío te desgarre el alma... sentirse tan solo, nada nace, en mi vida más que este sufrir... ese que está allí, es el culpable de todas mis angustias... que te importa que te ame si tú no me quieres ya, el amor que ya ha pasado no se puede recobrar, fui la ilusión de tu vida un día lejano ya, hoy represento el pasado no me puedo conformar... la prefiero compartida antes que vaciar mi vida, no es perfecta mas se acerca a lo que yo simplemente soñé... y así podría estar toda mi vida, entrelazando canciones para ti, boleros tristes para nuestra felicidad.

Humeante café matutino

Se me abre el abrazo cuando comienza la mañana y sé que deambulas por algún lugar de la ciudad, con tu paso efímero y tu mirar inquieto, ausente, con la voz dentro de tus ojos y un sabor anhelante en los labios. Me calzo de paciencias absolutas y reconciliantes agonías. Me escabullo de los ruidos que dejan a mi paso los tintineantes abrelatas de los bares, las palabrerías de porteras obsoletas que despliegan nubes de polvo en las aceras aún heladas por desvelos de amantes desesperados. Me abro boca arriba y miro al cielo que me ciega con un sol de luminarias halógenas, me desboco de adioses y grito cada frase de un discurso escuchado y repetido. Grito ronroneantes plegarias para orientarme hacia tu rumbo. Robo las brújulas a los viajeros de la mar, y te encuentro.

Dónde vas caballero gallardo

¿Dónde vas caballero gallardo? Me han preguntado cuando paseaba al borde del acantilado. Al escuchar la pregunta pensé en la posibilidad de caer, o de saltar. Luego miré a mi alrededor y descubrí que no había ni una triste rama de un triste árbol de la cual echar mano. Esperé un par de minutos, en los que mi mirada encontró el horizonte. Sonreí con el recuerdo de tu risa en mis ojos. Me alcé sobre mí y grité... ¡Hacia el mar voy! ¡Hacia el mar!... entonces las olas se alzaron y trajeron tu abrazo repleto de caracolas y conchas marinas. Es bueno ver que el horizonte está para algo, sobre todo, cuando un caballero gallardo se desorienta con el ruido del viento. Gracias.

Elena, Marlene y una canción

Desde mi adolescencia conozco un bolero en voz de Elena Burke, una cancionera de las de siempre, que se convirtió durante una época de mi vida en la canción que me cantaba mi amiga Marlene Temprano. Era la canción de las lágrimas, del pesar, del dolor... y dice así: Duele, mucho, sentirse tan solo./ Nada, nace en mi alma mas que este sufrir, que es vivir atado al fracaso, que es sentir inútil mis brazos. / Duele, mucho, duele, verte sin regresos, saber que llegó el fin de todo mis excesos, y que es por tu culpa que estoy, hoy, padeciendo mi suerte.../ Duele, mucho, ser como soy./ Duele, mucho... vivir. Con el paso del tiempo, en las épocas tristes, e incluso en las de mayor felicidad, evoco esta canción para sobrevivir a las posibles soledades y al dolor del amor, incluso la evoco para sentir que la felicidad que vivo me nace del pecho, de la tranquilidad, de las ansias, y que ese nacer me duele cada vez más porque cada vez amo más,porque al abrirse paso el amor en mi cuerpo deja maravillosas huellas de uñas y besos... ¡Ay como duele el sentir nacer la felicidad desde tan dentro!, tanto que este placentero dolor de quereres me hace el hombre más feliz. Es rara esta mezcla de sentimientos, estos recuerdos... y más que una referencia a mi vida, quisiera que estas líneas sean una muestra de cariño por esas dos mujeres que me han cantado la canción del más sublime dolor.

El nueve gana

¡El nueve gana señores! -se oye al fondo del bar, donde en la mesa redonda de la vida lanzamos los dados en busca del azar. ¡Apuestas señores, apuestas! No hay que temer, el riesgo vale la pena. Este es el juego azaroso del amor, en el que un día lanzamos una tirada y los números dicen si la suerte ha sido nuestra. Jueguen señores, jueguen, aunque a veces los dados no paren de dar saltos y hacer cabriolas, para mantener en vilos al amor. Esto también vale la pena, o quizás el amor sea lo que nos ofrecen los dados: cabriolas, abismos, prontitudes, azar.

De nuevo en mi terraza

Hoy me gustaría, como aquella primera vez, desmenuzar tu cuerpo en mi terraza, entre mordiscos y caricias desoladoras. Volver a escuchar la misma canción que me acompañó a devorar tu cuerpo de agridulce sabor a gloria. Volver a sentarme sobre tu cuerpo níveo a contemplar la bondad de tu mirada y el estupor de tu boca ante mi beso. Hoy me gustaría que me convencieras del placer de devorar tus ganas y de la veracidad del camino que recorremos. (Añoranza de noche primaveral, y por supuesto, de ti, a pesar de que habitas la habitación que está al lado de mi pecho).

Como un angelito

Vengo de una tierra donde el sincretismo religioso impulsa la imaginación de una manera descomunal, y permite a los hombres cobijar demasiadas esperanzas. Esto siempre ha sido así y no pretendo cambiarlo ni entenderlo de otra forma. Mas, de todo ello hay algo que siempre me ha gustado, el erbó (y que me perdonen los entendidos en la materia si hay algún error al escribir la palabra), que es una manera de limpieza del alma y el cuerpo que se logra atrayendo las miradas de los demás, llamando la atención hacia algún objeto o ropa que llevemos puesto o algo similar. Me llevo haciendo "erbó" desde hace mucho tiempo, y he de decir que me ha funcionado. Alguna vez me he vestido de blanco, casi a la usanza de pricipios de siglo pasado. Otras de colores llamativos, o con anillos muy exagerados, o con un sombrero, en fin, que lo he hecho de mil maneras. Pero hacía mucho tiempo que no me vestía de rojo y verde, y ayer lo hice sin premeditación. Me tomé la mañana para que me repasaran una camisa que había recogido de la tintorería con las mangas sin planchar, y en lo que esperaba entré a una tienda y compré por seis euros un vaquero rojo. Más tarde, al llegar a mi trabajo con la camisa impecable, me probé dicho vaquero y me di cuenta que la camisa que llevaba puesta (no la recién planchada), era de fondo verdoso... ¡Me lo dejo puesto!, me dije. Y recapacité en que me venía muy bien una limpiecita. Sonreí. De ahí en adelante comenzó a centrifugarse mi lavadora personal, y no vean. Una comida abrupta y de discusiones varias, llamada de atención sobre mi vida y mis maneras, reclamos varios sobre un anillo que hacía tiempo no me ponía, mirada confundida y algo atrevida de un vendedor al que le compré una americana fabulosa en la tarde, insultos de una abuela inconforme a la que no le gustó algo que me sentí en la obligación de ofrecerle (y porque ella lo venía a comprar), y como cierre una llamada de mi madre para decirme que un cuadro, el de los abrazos, se había caído y hecho añicos el cristal... ¡Déjalo tal cual!, le exigí más que pedirle. A la noche, cuando llegué a casa, recostado a la pared que le había sostenido, encontré al cuadro de los abrazos, un original muy sugerente de un cartel de cine. La única alarma que me provocó este hecho fue que, de cierta manera, ese cuadro representa un detalle característico en una relación muy particular en mi vida, y por un momento pensé que significaba la ruptura de ese abrazo. Me quedé en una pieza, algo que no podía decir del cristal que tenía ante mis pies, sólo que por suerte, como soy un creyente acomodaticio, deseché la triste idea de perder los "abrazos", léase en realidad el amor, cosa que no me hubiese dejado dormir como lo hice durante toda la noche, como un angelito. (También podría titularlo: Mi día de ayer)

Breve comentario sobre etimología aplicada

CENA. Comida que se toma por la noche. Acción individual o resultado del encuentro fortuito o planificado de dos o más personas para degustar variados alimentos (concepto generalizado). Ocasión intencionadamente apropiada para mantener una charla tranquila, para comentar cosas tan absurdas como el estado del tiempo, pero que conlleva la posibilidad del conocimiento, de la razón por la cual exigimos a veces a nuestra memoria que una imagen o hecho se mantenga en nuestro recuerdo.

ENCUENTRO. Acción de coincidir en un punto dos o más cosas, o personas. Trae consigo una categoría que se explica como resultado directo de él, el reencuentro, suscitado o provocado por una de las partes con un previo consentimiento de la otra, y que logra su cota más alta de festividad cuando es deseado por ambas partes. Si la disposición total a que se produzca se sitúa en un desbalance, no será desafortunado manifestar un poco de perseverancia, contando con que el deseo es el sustento de las acciones de la vida.

COINCIDIR. Ocurrir dos o más cosas al mismo tiempo. Concurrir de manera simultánea dos o más personas en un mismo lugar. Término poco explícito en voz de la academia, y que en la vida cobra un significado algo más subyugante. Coincidir es algo más que estar en un mismo sitio en un mismo instante. Coincidir implica la mirada que necesitamos desviar en busca del objeto o persona que nos hace darnos cuenta que ese momento está sucediendo, que no es simple casualidad. No es menos cierto que aquí también concurre un efecto similar al del encuentro. Muchas veces sólo una parte es consciente de la coincidencia, y es entonces cuando debe hacerla notar, pues sólo así sería justa y balanceada. Se incurre en el egoísmo más aguzado cuando se disfruta en solitario de una coincidencia. Ha de compartirse. A diferencia de los encuentros, que suelen ser más numerosos, la coincidencia ha de reservarse para quienes se descubren en sus recuerdos.

Breve comentario: Es evidente que esto de la etimología aplicada es algo complicado, pero a mi juicio no deja de tener cierta razón. Es entonces cuando recapacito en la coincidencia sutil de los encuentros, de los encuentros para “cenar”, y en esta maravillosa, entrañable y peligrosa ilusión de coincidir.

La mujer de la limpieza

Desde hace años, puede que doce, coincido de tarde en tarde o de mañana en mañana, con una mujer de la limpieza. La primera vez creo recordar que nos vimos, porque ella también me vio, en el barrio del Raval. Su cuerpo de hombre le delataba sobremanera, a pesar de lucir una encrespada peluca rubio cenizo, exuberantes pendientes y un muy retocado maquillaje. Le vi pasar y él-ella siguió de largo, no sin antes dedicarme una insinuante caída de ojos. Verla, durante una época, fue muy común, y durante ese tiempo pude apreciar cómo sufría transformaciones que le hacían, cada vez más, señora de la limpieza. Imagino que su afán de aceptación laboral le llevó a mejorar su aspecto, lo cual es evidente que ofrece más confianza al contratar a una chica que te haga las labores del hogar o de la escalera. Su atuendo era magnífico, pues en verano llevaba camisetas de tirantes, y cuando comenzaba a enfriar, lucía jerseys de lujosos y antiguos estampados. Con el paso del tiempo realzó sus pechos con unas notables cazoletas que sobresalían ligeramente por los escotes, pero su aspecto era cada vez más el de toda una señora de la limpieza.
Resulta que esta mañana, luego de una época sin coincidir, al ir a atravesar la calle en la esquina de mi casa (en la zona de Vía Augusta, y ya verán por qué lo especifico), en la otra acera, frente a mí, destellando con los reflejos de un incipiente sol, descubrí el acaracolado pelo de este hombre mujer en cuyo cuerpo ya no caben más notas de transformación. Su andar firme pero arriesgado me robó la mirada cuando atravesaba la calle. Me miró con su usual y recolocada sonrisa, me dedicó otra caída de ojos y continuó su camino hacia alguna portería vecina, con su carro repleto de olorosos potingues para el hogar, de fregonas y bayetas mágicas. Le vi marchar entre la gente, convencida de haber logrado su propósito en la vida, ser una señora de la limpieza de la zona alta de la ciudad. No importa los años que fueron necesarios para lograrlo, ni los esfuerzos, ni los miedos, ni las frustraciones. Quizás sus miedos eran que le sintieran como un hombre metido en casa ajena revolviendo las alacenas y los desvanes, o que pensaran que no era capaz del mejor de los acabados de un buen y humeante guiso de patatas y huevos. En fin, cada cual tiene sus miedos.
Le vi. Sonreí. Es maravilloso apreciar que las gentes se sienten plenas, realizadas. Ya sean ebanistas, loteros, albañiles, ingenieros, médicos u hombres de la nada, quizás lo importante es romper la caja de los miedos, mirarse cara a cara con sus propósitos e ilusiones, dedicarse el mejor de los piropos y decirse: tú puedes, lo sé. Vamos a mirarnos, a vernos, a sentirnos, a descubrirnos, porque nadie vendrá a hacerlo por nosotros. Y lo digo también por mí, que me deshago de temores ante la posibilidad de descubrir mis palabras a ojos ajenos. Y lo digo por ti que no te fías de tus manos y de la certeza de tus ideas, y que te dejas romper como las olas en la arena. Y lo digo por aquellos que se sientan a esperar que llegue una nueva bandada de pájaros a regalarle su vuelo, o a que las luciérnagas iluminen su camino por tal de no ir en busca de una linterna. Y lo digo por todos los que a veces no nos damos cuenta que hay un amigo tendiéndonos su mano, y diciéndonos vente, súbete a la vida, entre los dos haremos más fácil el camino.
Por cierto, estoy pensando que la próxima vez que me encuentre a la señora de la limpieza puede que me acerque a ella-él y le pregunte su nombre, y le hable de todos estos años, y no porque le vaya a ofrecer trabajo, pues no me gusta que nadie revuelva en el suburbio de mis cosas, si no simplemente para decirle que si ese era su objetivo, lo ha logrado. Nada más. Luego seré yo quien siga mi camino, nuestro camino, a la espera de que nosotros también lo consigamos.
En Barcelona el sol se ha decidido a salir en este 7 de enero de 2004

De tres en tres

Un, dos, tres. Deseos, días, palabras. Un, dos, tres. Querer, regreso, locura. Un, dos, tres. Destello, brisa, sonrisa. Un, dos, tres. Esperanza, intento, sueño. Un, dos, tres. Boca, manos, vientre. Un, dos, tres. Se me vienen encima todas las ideas de tenerte.

A veces el tiempo

Por más que intento mantenerme al margen del paso del tiempo, no deja de sorprenderme la manera tan poco persuasiva que tiene de transcurrir, y confieso que eso me gusta. Me gusta la forma en que nos hace mayores, en que nos regala días inolvidables de felicidad y de espera. El tiempo con su magia nos lleva a conocernos, a descubrir en nosotros los pequeños detalles que nos van acercando, y este acercamiento es el que de pronto nos muestra de una nueva manera. Por eso hoy me siento algo más que amante, más que pareja, más que hombre lujurioso y anhelante, me siento amigo. Y esto me hace echar en falta el mirar a tus ojos y saber que confías en mis manos, en mi voz, en mi amor. A veces el tiempo, mientras transcurre, nos desnuda de modos, modismos y modales... y gracias a esto los abrazos son cada vez más redondos, y tú y yo sabemos por qué lo digo. Para el resto, la explicación es muy sencilla. El abrazo debe ser la expresión más verdadera y cómoda del amor, por eso nunca el abrazo será cuadrado. Su redondez se mantendrá como las lágrimas que se deslizan por nuestras mejillas, como las ruedas del tiempo cuesta arriba, como la voz que se hace redonda cuando pronuncia nuestras palabras. Hoy es día tres.

Tu vida, me ocurre

Salí a la calle lentamente, se me había olvidado que el tiempo a veces transcurre de prisa. Busqué tu rostro entre la gente que sin mirarme pasaba a mi lado. No encontré tus pasos. Supuse que aún era pronto para que estuvieses, y me dejé caer en uno de los bancos que se estiran a lo largo del paseo. Me llené de sensaciones en un sólo instante y entonces supe que mi vida había cambiado, que había dado un vuelco y que estaba sentado muy cerca de tus manos, porque comenzaste a aparecer intermitente e inesperadamente. Toqué mis ojos, rebusqué en mis recuerdos. Abrí los brazos y descubrí tu vida ocurriendo en mi pecho.

Como Dido abandonada

Movernos en nuestro propio cuerpo repleto de exoneraciones y querellas, de miedos y añoranzas, como Dido cabizbaja. Estar al tanto de una llamada de teléfono, de unas palabras que llegarán a través del viento. Reconocer el color del deseo en este enorme arcoiris, y sentirse Dido encontrada: encontrado entre su abrazo y su boca. No sé si mi corazón será capaz de soportar el aviso del interfono a su regreso, sin que se rompa el mundo a nuestro alrededor.

(Confesión más que necesaria y oportuna, no estoy ni triste, ni olvidado, ni temeroso, simplemente te extraño; además, Dido fue una luchadora incansable a pesar de lo cual no cambió su destino. No obstante, logró el amor, y esto aveces es suficiente)

Breve y feliz noticia

Por si algún amigo (de los que me conocen y los que no, quiero decir) entra a ver qué se cuece en plenas fiestas navideñas en mis palabras y en mi vida, tengo una novedad que me ha entusisamado lo suficiente como para sonreír, incluso en estos días que mis ojos no me miran. Me han hablado desde Miami (ya sé que no es la plaza ideal, pero algo es algo) para anunciarme el montaje de un texto mío, para teatro y danza, el cual piensan estrenar en junio de 2004. Lo bailará un buen amigo y dirá el texto una actriz amiga suya. Casualmente, luego de pasarle ese texto a dicho amigo hice anotaciones coreográficas, de iluminación y puesta en escena, y miren la casualidad que se da ahora. Por lo pronto es una idea que me hace feliz, y sobre todo porque también tiene que ver con alguien que me hace el tipo más feliz del mundo, para quien hinqué mis viejos zapatos negros en el reverso de su pecho. Y ya puestos, aquí va el texto de marras...

Hombre que baila dentro de un cuerpo

Hay un cuerpo extendido sobre el suelo. Maderas húmedas soportan su pelo. Se escuchan suspiros que crujen con el eco de las voces que llegan desde lejos... desde muy lejos... de las voces paridas del desvelo. Un hombre baila en silencio. Sus brazos se adelantan al deseo. Su pelo desespera en su rostro. Tras tras tras.... silencio. Un cuerpo yace en el suelo.

El hombre que baila se acerca... lo toca con la punta de sus dedos... un par de notas de acordes desconocidos le inundan, siente miedo. Un coro de mujeres enmudecidas cantan al amanecer en plena noche. Silencio. La oscuridad hace que se acerquen los cuerpos. El hombre baila nuevamente colgado de viejas cuerdas ennegrecidas... se mece en un imaginable trozo de deseo. El cuerpo que yace en el suelo está como olvidado. Tras tras tras... silencio.

Dos pasos son suficientes para tocar el cuerpo. Con tres se metería dentro. El hombre que baila entra en el cuerpo, se funde con sus altos zapatos de espuma de mar en su vientre. Teclean guitarras de dolores ajenos, se rasgan los pianos en sinfonías y taconeos. Se adivina un dolor en el pecho.

El hombre recorre aquel cuerpo... le baila tan dentro, muy abierto... Tras tras tras... silencio. Hay huellas que descubrir en el suelo. En el camino que viene de lo eterno. El hombre muere de tanto bailarle dentro, de tanto hincar con sus puntas de antiguos zapatos negros. Un hombre baila en el cielo... Tras tras tras... silencio.

Ya no quiere oír los gemidos que llegan desde lejos... Su rostro cae entre las manos yertas de otro hombre ajeno... silencio. No hay lágrimas para beber los besos... no hay bocas para macerar el tiempo... Tras tras tras... silencio.

El hombre ya no baila dentro del cuerpo. Ahora lo lleva en hombros, lo hace jirones, dolores, cuerpo... le baila tan callado y le canta, le entrega las ataduras de lo viejo, le saca puntadas a su ropa, le hace palidecer, lo acuna, lo pare, lo mata, lo vive... Tras tras tras... silencio.

Hay un hombre que yace en el suelo. Sobre su pecho, salpicaduras de deseo, y huellas, muchas huellas.... las huellas de sus besos. El hombre yace en el suelo. El hombre báilale dentro. Tras tras tras... silencio. El hombre que baila se aleja... y deja al otro hombre muerto. Tras tras tras... silencio.

(final)